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September 10, 2007

Joropo y milonga (The national dances of Venezuela and Argentina)


Paulina Gamus
Jueves, 16 de agosto de 2007

En diciembre de 1962, por razones que ya no recuerdo, mi marido y yo elegimos Buenos Aires como una de las ciudades sureñas donde pasaríamos nuestras vacaciones. Vivían allá familiares que no conocíamos y el dólar a 4.30 hacía especialmente atractiva esa región del continente. A nuestro agente de viajes se le ocurrió reservarnos una habitación en el Alvear Palace, el hotel más exclusivo de Buenos Aires, y ese fue uno de los detalles que agregó exotismo a nuestra venezolanidad absolutamente desconocida para los familiares porteños. Por las preguntas que nos hacían pudimos deducir que ni siquiera tenían claro en qué lugar del mapamundi se ubicaba el país de donde venían esos primos multimillonarios, que además se vestían de manera extraña porque ella (es decir yo) usaba medias panty de nylon cuando ya comenzaba el verano. Las mujeres argentinas se despojaban de esa prenda de vestir apenas el calendario oficial anunciaba el fin de la primavera y quien la usara tenía, cuando menos, un tornillo flojo. Con los años y las numerosas visitas a mi amada Buenos Aires, supe de la rigidez homologadora que padecían los argentinos en términos de vestuario y costumbres.

Diez años después la ignorancia sobre Venezuela era casi la misma. Hice amistad, en un congreso internacional, con una profesora universitaria argentina que hacía preguntas tales como si en Caracas había algún teatro, si teníamos orquesta sinfónica, si llegaban películas italianas y francesas y así por el estilo. La invité a venir a Caracas y alojarse en mi casa, su fascinación no tuvo límites: en una pequeña fiesta entre amigos la gente comenzó enseguida a tutearla, alguien hasta le palmeó la espalda y la invitó a echarse un palito (por suerte mi amiga era argentina y no mexicana) Luego vio a unas parejas contoneándose al ritmo de un merengue dominicano y me preguntó qué música era ésa. Al día siguiente, la Ciudad Universitaria y el teatro Teresa Carreño la dejaron boquiabierta y el ávila la enloqueció. Quiso volver una y otra vez.

Con la crisis económica argentina de fines de los 60 y comienzos de los 70, centenares de venezolanos descubrieron a Buenos Aires como la ciudad en la que se podían ver los mejores espectáculos, comer la mejor carne, beber el mejor vino y comprar objetos de cuero, por un puñado de nuestros baratos dólares. Los empobrecidos argentinos nos recibían con una mezcla de gratitud y rabia. Justamente en esa poca participaba en una conferencia de la ONU, en Buenos Aires, cuando derrocaron a Isabel Perón. Me asombró la naturalidad con que la mayoría asumió aquel suceso, tanto que esa misma tarde el comercio, los restaurantes y los cines funcionaban normalmente y al día siguiente se reanudó la conferencia. Solo cuando vi automóviles en los que iban unos tipos con impermeables, sombreros, lentes oscuros y sus ametralladoras asomando por las ventanillas, sentí un escalofrío premonitorio de lo que le esperaba a ese país.

Al poco tiempo comenzaron a llegar los exiliados argentinos, sumados a los chilenos y uruguayos. Fue a los venezolanos a quienes tocó entonces descubrir a personas con un acento que era su marca de fábrica, con una educación esmerada que se reflejaba en su facilidad de expresión y rico vocabulario y a profesionales de distintas disciplinas que pronto pudieron insertarse en el mercado de trabajo. Se suele decir que aquí los recibimos con los brazos abiertos, lo cual no es estrictamente cierto porque pronto cundió la especie de la arrogancia y pedantería sureñas, especialmente de los argentinos. Y es exagerado afirmar que jamás se les discriminó, solo que los venezolanos -poco proclives al extremismo- hacemos casi todo a medias, y hasta cuando discriminamos somos medio discriminadores y siempre con un toque bonchón. Cuando Venezuela fue sede de los Juegos Panamericanos en 1983 un graffiti en Barquisimeto parafraseaba así el Decreto de Guerra a Muerte, del Libertador Simón Bolívar: ¡Argentinos y chilenos: contad con la muerte aún siendo uruguayos! Por supuesto que era solo una forma bonchona de expresar disgusto por la cantidad de sureños empleados en la organización de esos juegos.

Los argentinos que vivieron en Venezuela como exiliados, crearon lazos de afecto y gratitud con este país; aquí nacieron muchos de sus hijos y aquí encontraron libertad en todos los sentidos, hasta para zafarse de la rigidez de los usos sociales de su país. Una amiga que vivió exiliada diez años en Venezuela y retornó a la Argentina al caer la dictadura militar, me contó entre lágrimas que cuando Jaime Lusinchi fue en visita oficial a la Buenos Aires, durante el gobierno de Alfonsín, los argentinos que habían estado exiliados en nuestro país, con sus hijos venezolanos, le organizaron un almuerzo multitudinario. Todos enarbolaban la bandera tricolor y cantaron en coro Gloria al Bravo Pueblo, además de ofrecerle una placa como agradecimiento por el cálido asilo que recibieron en Venezuela.

Hoy la relación argentino-venezolana es muy estrecha, no solo porque unos cuantos de aquellos que aquí se refugiaron huyendo de una dictadura militar, aplauden la autocracia militarista de Chávez; sino porque como en el tango Cambalache: "No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao.....es lo mismo él que labura noche y día como un buey, que él que vive de los otros, que él que mata, que él que cura o está fuera de la ley." Kirchner es popular y la sucesora imbatible porque -sin importarles la calaña de su salvavidas financiero- los argentinos sienten que la economía mejoró y la crisis del corralito quedó atrás como un mal recuerdo.

Y Chávez sabe que mientras el odioso imperialismo yanqui siga importando petróleo venezolano, él podrá reelegirse hasta el fin de sus días y comprar adhesiones en todo el mundo, incluido este pobre país con mayoría de chavistas pobres que esperan recibir alguna vez su tajada y minoría de saqueadores revolucionarios del tesoro público.

paugamus@intercable.net.ve

Joropo y milonga (The national dances of Venezuela and Argentina)

Reprinted by permission of the author.
The opinions emitted in this article are the sole responsibility of the author.



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